viernes, 17 de abril de 2009

EL CONURBANO, NUESTRO FIEL ESPEJO

Miércoles 15, Abril 2009

Desde hace décadas, el Gran Buenos Aires suma problemas variados de resolución incierta. De allí que el desafío que plantea sea un tema nacional y luego provincial, dado que depende más de políticas globales que de meros retoques locales.




Por: Aldo Neri
EX MINISTRO DE SALUD,
EX DIPUTADO NACIONAL


Hay muchas posibles lecturas de la Historia, desde el relato sobre los protagonistas más notorios, pasando por el de las efemérides, hasta la comprensión de una determinada realidad actual como resultante de fenómenos del pasado. Desde este último punto de vista, la realidad del conurbano porteño es el relato de un modelo de desarrollo económico, social y político con vigencia secular en el país, más allá de ocasionales desvíos o contradicciones. Argentina se organizó y consolidó como país centralista, a pesar de la voluntad de no pocos próceres y de los decires constitucionales. Con esta asimetría de poder se articularon otras en lo económico, demográfico y social que no necesariamente siguen límites geográficos. Por ello, la cosa no es tan simple como la ciudad capital y su provincia vecina confrontados al interior. Así, el conurbano bonaerense es un espejo fiel, en pequeña geografía, de aquellas asimetrías de carácter nacional. Sin fatigar con números por otra parte disponibles, recordemos que allí vive un cuarto de la población argentina, con la mayor concentración de pobres del país, y la zona genera una elevada proporción del producto industrial. A la par, carencias serias en infraestructura urbana, agravadas por la densidad de población; muchos guetos -no barrios- de clase alta, media y marginal, y un ejercicio de la política signado por la inmediatez y la irresistible tentación de la demagogia. Y allí nomás, cruzando una avenida, la hermana bella, insolente y rica, Buenos Aires, cuyo ingreso per cápita multiplica el del promedio de los argentinos. Y esa realidad es la culminación de un largo proceso jalonado por hechos con denominaciones conocidas: políticas de distribución de la tierra y de red de transporte y comunicaciones en el siglo XIX, régimen nacional de aduanas e impositivo y sus criterios de coparticipación, cultura y política cuasi feudal en muchas provincias, localizaciones que tuvo el impulso sustitutivo de importaciones que expande la industria en el siglo XX, migraciones internas inducidas tanto por los factores anteriores cuanto por la tecnificación de la actividad rural y las expectativas de mayor bienestar que siembra la urbanización. Y todo, también, expresado en una evolución social signada en el siglo XIX por extremas desigualdades, que después del Centenario y hasta principios de los setenta se atenúan por el dinamismo de la movilidad social, para luego desandar el camino y cristalizar hoy en una dualidad de polos ciudadanos sólo ligados por la inequidad.Insistamos: el conurbano es el más fiel espejo argentino. De allí que el desafío que plantea sea, ante todo, un problema nacional y sólo luego provincial, dado que su destino está mucho más dependiente de políticas globales que de retoques locales.Una primera evidencia es que no se debería seguir ignorando que la megalópolis que integra con la ciudad exige, en muchos aspectos, una gestión unificada. Lamentablemente, las barreras jurisdiccionales argentinas han servido más para trabar progresos que para evitar atropellos. Una política madura -hoy inexistente- debe superarlos mediante acuerdos, y la ley tiene instrumentos. En ellos, la esfera nacional tiene que ser un protagonista importante.Trasladar la Capital y desarrollar la Patagonia, como parte de un plan de descentralización federalista y reforma del Estado, fue un proyecto frustrado y desacreditado de no hace tantos años. Más allá de la discusión sobre bondades y vicios del proyecto, constituyó un acto de conciencia política frente a las perversiones del modelo que engendrara patologías que el conurbano patentiza. Recordarlo sirve como afirmación, no del proyecto, sino de que Argentina necesita mirar también el largo plazo, entre otras cosas por lo que ello vivifica la iniciativa y la esperanza.Si en las crisis sólo se puede atender lo coyuntural, y en las bonanzas sólo el regocijo, nunca hay espacio para la idea política de cambio. Pero los cambios se producen de todos modos, aunque entonces desligados de una voluntad e interés de conjunto, y centrados sólo en la ventaja inmediata de los más fuertes, a pesar de que la retórica escuchada diga otra cosa. Antonio Machado escribió que "hoy es siempre todavía". Sería el mejor festejo del bicentenario evidenciar que lo estamos aprendiendo. Y el conurbano también lo agradecerá.

No hay comentarios: